A la memoria de Miguel Delibes
Y Para Fany Rojas, niña del siglo pasado
… y todavía
alcanzaba a verte sonreír como si tuvieras el alivio de la muerte verdadera.
Pero no me importaba, con una década de existencia nada me importaba mucho; a
los diez años de edad no me planteaba si se podía estar harto de la vida. Yo
simplemente vivía por vivir, andaba por los mercados cargando cajas y sacos de
fruta para ganarme unas cuantas monedas que me gastaba contigo. Te llevaba de
la mano y parecía que éramos uno solo, un mismo ser andando por un paisaje
seco y soleado mientras en el barrio se rompían las alcantarillas por culpa de
la lluvia. Los viejos te miraban con recelo y se decían entre sí que eras el
demonio, que no era natural que estuvieras siempre rodeado de un rebaño de
chiquillos. Pero ahora que yo soy uno de
los viejos aprendí a mirar las cosas con recelo y me olvidé de nuestros viajes,
nuestros caminos, nuestra cacería de estrellas. Del otro lado de la barda, en
el lado del siglo que se ha muerto se quedaron nuestros juegos, nuestros castillos,
nuestros doblones de oro, se me quedó la infancia en el bordillo del pasado
milenio. Pero recuerdo como un ayer muy cercano que mi madre me castigaba por
perder la vuelta de la compra y malgastar el tiempo contigo. Recuerdo que me esperabas en
la tienda de la esquina, que los adultos
se peleaban con el cigarrillo y el mechero mientras tú me enseñabas a jugar con
fuego. Contigo un mundo eran mil mundos
y la botánica y la zoología eran menos aburridas. El infierno no parecía tan terrible y el cielo
estaba a un palmo del suelo. La maestra nos hablaba de Alejandro Magno y
Bonaparte mientras yo contaba como propias tus hazañas menos bélicas. Contigo
me iba a la playa, a Egipto o a la fría Patagonia mientras mi padre se
preguntaba por qué tardaba tanto en volver de comprar el pan. No entendía del
todo tus motivos, pero me gustaban tus continuos cambios, tu andar deprisa.
Conmigo crecías y por mi culpa menguabas, retrocedías y avanzabas pensando sólo
en el final del camino. Siempre con una sonrisa confiabas en que yo haría lo
mejor para los dos. No soportabas el contacto físico pero te rompías la cabeza
contra un muro si yo te lo pedía. Por encontrar a tu chica rubia hasta tres
veces te medio morías y a mí eso no me importaba porque yo sólo tenía diez años
y sólo era una partida, porque ya buscaba en mis bolsillos otra moneda mientras
aparecía el gamer over en la pantalla y todavía alcanzaba a verte sonreír como
si tuvieras el alivio de la muerte verdadera…
https://www.youtube.com/watch?v=v7Jtpl86Bt4
©2013 CERILLAS SUELTAS Rogelio Jarquín.