sábado, 1 de septiembre de 2007

Artificio


Uno se escribe historias para sí, se va creando artificios atrás de un escritorio y se cree que ahí si se tiene el control absoluto de las cosas. Se abstrae de la realidad sólo lo necesario, lo verdaderamente indispensable para jugar por un rato a ser dios, y se empieza por querer cambiar las cosas, por darle la vuelta a la realidad. Todo va bien hasta que vaya a saber porque llega un momento en que se pierde todo control y tu personaje decide no llamarse Julio sino Osvaldo, tener cierta obsesión por los moluscos y no por los rinocerontes como tú le has ordenado. Y es él quien termina contando la historia.

No fue nunca donde tú le dijiste, se las arregló para pasear por toda la ciudad, asomarse en tu ventana y verte a ti convertido en un personaje peleando con una máquina de escribir; te miró rompiendo hojas, dando vueltas en torno a tu escritorio y te volvió la espalda metiéndose las manos en los bolsillos de su abrigo color mostaza, preguntándose quién eras tú. Buscó por los parques caracoles para ponerlos en su abdomen y sentir su paso lento y continuo. Por la noche entró al metro y recorrió los andenes y las estaciones de cada línea. Tú buscaste la forma de retomar el mando en la historia, pero a Osvaldo no le importó lo que tú querías contar; se metió a una sala de cine y vio una película que aún no veías. Llegó a su casa y el insomnio le hizo recordarte escribiendo, sacó de un cajón una hoja y se quedó contemplándola durante horas. Buscó una pluma y dibujó caracoles alargados, con ruedas y alas. Después tomó otra hoja y empezó a escribir una carta a Marcela. Pensaste en levantarte del escritorio y dejar inconcluso todo, pero te entró la curiosidad por saber que le escribía a tu mujer. Osvaldo ocultó de ti cada frase escrita, la pasó en limpio en una hoja amarilla y la metió en un sobre adornado con dibujos de caracoles dorados. Salió y recorrió el mismo camino que tú recorrías para ver a Marcela. Tocó y metió bajo la puerta el sobre, después corrió toda la avenida principal silbando una melodía que tú también silbabas. Observaste como Osvaldo en las nueve líneas siguientes conquistaba a tu mujer, como la invitaba a bailar a un bar que te parecía sombrío, como tus conocidos veían feliz a Marcela escuchando los halagos de tu personaje, a quien para ella era fácil besar al igual que a ti recordar que ya no era feliz ni contigo ni con tu colección de rinocerontes de metal y mucho menos con tu aroma a tabaco. A ti te siguió desde afuera de la hoja esa sensación de celos que tu razón tachaba como estupidez.

De las caricias veías como pasaban a los besos y de ahí, a las confidencias personales, Osvaldo se enteró de tu costumbre de comprar rinocerontes en cada viaje que hacías, se le hizo ridícula tu idea de ponerle nombre de mujer a tu pluma fuente y que era de mal gusto tener una bicicleta pintada de verde fosforito.

Cuando Marcela se acercó a Osvaldo para decirle que sí, que ella también lo quería, te detuviste en un punto y coma; era como si tuvieras miedo de las demás líneas siguientes, era la preocupación por las palabras que vendrían después, ansiedad por la historia que tú pretendías contar y que dejó de ser tuya desde las dos primeras líneas. Osvaldo la escuchó metiendo las manos en su abrigo mostaza y sacando de los bolsillos un par de caracoles que puso en el cabello negro de Marcela.


Te tranquilizaste en un par de párrafos, cuando ya no eran tan felices y Osvaldo volvió a ocupar los días para buscar caracoles, viajar en metro, ver películas en cualquier sala de cine, volvió el sueño y dejó de escribir cartas a Marcela pero siguió dibujando caracoles alargados, con ruedas y alas.

Casi enseguida de que Osvaldo volvió a su vida cotidiana decidiste dejar de escribir. Metiste las hojas en un cajón, saliste a la calle como para regresar a la realidad, tomaste tu bicicleta y recorriste medio barrio. Te detuviste en una cafetería para calentarte un poco. Te dio gusto ver a Marcela sola, en una mesa pegada a la pared haciendo una torre de galletas; te sentaste a su lado. Volviste a pedirle que regresara contigo, ella te tomó la mano y te pidió que no insistieras, que era muy feliz sin tener que soportar tu aroma a tabaco, tu bicicleta y sobre todo tu colección de rinocerontes; que sería más feliz con un hombre que le pusiera caracoles en el cabello que contigo. Tú no dijiste nada, saliste a buscar caracoles a los parques.


©2007 Rogelio Chávez.

6 comentarios:

BÁRBARA SANCHIZ dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
BÁRBARA SANCHIZ dijo...

Leída sigue siendo tan buena... Pero si la escuchas esta historia en directo, contada por ese acento pausado, de repente te haces Osvaldo y te apetece salir a buscar caracoles a los parques.

Unknown dijo...

Más que un caracol un personaje mismo. La idea nada sencilla de Pirandello, el teatro y la vida y la realidad y las cosas exsistentes a partir de su nombramiento... eso me hace pensar... una especie de renombrado silencio.

Ana Gutierrez dijo...

En verdad eres magnifico escritor, te imagino y me transporto, me hago dueña de las palabras......Y cuando te leo, me dan ganas de escribir y parar la rutina de la vida por un momento, convertirme y crear personajes… FELICIDADES lo has logrado en mi...

Osiris dijo...

Roger me ha gustado mucho tu blog. Sabes?, en mi caso no tengo que salir a los parques a buscar caracoles; ya que donde vivo hay bastantes en esta temporada de lluvias, te sorprendería salir al pasillo a media noche y toparte con un par de ellos dirigiendose hacia el techo en busca de la luna.

moci dijo...

Roy, es impresionante volver a leer tus cuentos; los colores, los sabores, la temperatura, las fragancias aparecen... en fin. Muchas gracias por compartir todo este mundo tan exquisito. Sigue escribiendo SIEMPRE, pues para esto naciste.