No es que le guste del todo pero
disfruta al saber que tiene el poder de hacerlo, de que sus padres, los únicos que
pueden impedírselo, siguen vivos pero lejos, muy lejos de su apartamento de
soltero, lejos de esas cuatro paredes donde él es el amo y señor. Le es inevitable imaginar la
reacción de su madre si lo viera, ella tan devota y tan madre, siempre
pidiéndole a dios una chica para él, una muchacha buena, decente y que sepa
cuidarle. Si su padre pudiese verlo daría el grito en el cielo, se le
descompondría la cara permanentemente, le maldeciría, le diría que si fuese
hijo suyo jamás se hubiese atrevido a hacerlo, que la ciudad le ha corrompido,
que le ha echado a perder sin remedio. Por eso sonríe con un poco de malicia,
sonríe y piensa en las mentes viejas y cerradas de sus pobres padres, sonríe
mientras la ve tan indefensa frente a él. Seguirá sonriendo mientras la sujeta
con cuidado, la levanta como para adivinar su peso, como para quedarse con su
aroma. La mira detenidamente, la acaricia antes de rasgarle esa transparencia marrón que le viste, se la
arranca con todas las uñas hasta dejarla completamente desnuda, hasta descubrir
ese brillo en su piel blanquísima y suave. Por un segundo siente lástima por
ella, siempre siente lástima por ellas al verlas tan quietas, tan vencidas y
desamparadas. Le basta la mano derecha
para sujetarla; siente en la
punta de los dedos su redondeada figura mientras que con la mano izquierda
busca a tientas su mejor cuchillo. Hace un primer corte con la seguridad y
rapidez de quien lo ha hecho más veces y ella lo recibe sin queja alguna. ¡Zas!
¡zas! una y otra vez entierra el cuchillo hasta sentir el fondo, hasta verla
deshacerse milímetro a milímetro. A
veces la hoja vuelve al mismo corte o tropieza y él tiene que usar el peso de
su brazo para que termine de abrirse camino. Poco a poco acelera
el ritmo hasta que tiene que parar de golpe porque no puede más, porque por
más que evita mirarla siempre le ocurre lo mismo, siempre termina sintiéndose
un poco idiota, porque parece que se ha emocionado, porque se ve a sí mismo con
el cuchillo en la mano y secándose los ojos en el ante brazo de la camisa,
preguntándose por qué siempre es él el
que acaba llorando en lugar de la
cebolla.
© RogelioJarquín 2012
5 comentarios:
brutal.... la secuencia, el ritmo y el desarrollo perfectos...buenísimo tronks!!!!!
Conteniendo la respiración, me he precipitado leyendo hasta el final. Buenísimo Roger. Mantiene la intriga a cada palabra.
Genial!
Que bueno!!!
Anita
Muy Bueno amigo. Escribes con delicadeza, dejando honda huella en tus relatos…
Saludos,
Jack Sparrow Martínez
De casyakudad que lleguè a este blog, pero me ha resultado interezante lo que escribiste!
Saludos desde Buenos Aires,Argentina!
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