lunes, 4 de junio de 2012

MODUS OPERANDI


No es que le guste del todo pero disfruta al saber que tiene el poder de hacerlo, de que sus padres, los únicos que pueden impedírselo, siguen vivos pero lejos, muy lejos de su apartamento de soltero, lejos de esas cuatro paredes donde él es el  amo y señor. Le es inevitable imaginar la reacción de su madre si lo viera, ella tan devota y tan madre, siempre pidiéndole a dios una chica para él, una muchacha buena, decente y que sepa cuidarle. Si su padre pudiese verlo daría el grito en el cielo, se le descompondría la cara permanentemente, le maldeciría, le diría que si fuese hijo suyo jamás se hubiese atrevido a hacerlo, que la ciudad le ha corrompido, que le ha echado a perder sin remedio. Por eso sonríe con un poco de malicia, sonríe y piensa en las mentes viejas y cerradas de sus pobres padres, sonríe mientras la ve tan indefensa frente a él. Seguirá sonriendo mientras la sujeta con cuidado, la levanta como para adivinar su peso, como para quedarse con su aroma. La mira detenidamente, la acaricia antes de rasgarle  esa transparencia marrón que le viste, se la arranca con todas las uñas hasta dejarla completamente desnuda, hasta descubrir ese brillo en su piel blanquísima y suave. Por un segundo siente lástima por ella, siempre siente lástima por ellas al verlas tan quietas, tan vencidas y desamparadas. Le basta la mano derecha  para sujetarla; siente  en la punta de los dedos su redondeada figura mientras que con la mano izquierda busca a tientas su mejor cuchillo. Hace un primer corte con la seguridad y rapidez de quien lo ha hecho más veces y ella lo recibe sin queja alguna. ¡Zas! ¡zas! una y otra vez entierra el cuchillo hasta sentir el fondo, hasta verla deshacerse milímetro a milímetro.  A veces la hoja vuelve al mismo corte o tropieza y él tiene que usar el peso de su brazo para que termine de abrirse camino. Poco a poco  acelera  el ritmo hasta que tiene que parar de golpe porque no puede más, porque por más que evita mirarla siempre le ocurre lo mismo, siempre termina sintiéndose un poco idiota, porque parece que se ha emocionado, porque se ve a sí mismo con el cuchillo en la mano y secándose los ojos en el ante brazo de la camisa, preguntándose por qué siempre es él  el que acaba  llorando en lugar de la cebolla.

© RogelioJarquín 2012








5 comentarios:

turula dijo...

brutal.... la secuencia, el ritmo y el desarrollo perfectos...buenísimo tronks!!!!!

tata dijo...

Conteniendo la respiración, me he precipitado leyendo hasta el final. Buenísimo Roger. Mantiene la intriga a cada palabra.

Genial!

Anónimo dijo...

Que bueno!!!

Anita

Anónimo dijo...

Muy Bueno amigo. Escribes con delicadeza, dejando honda huella en tus relatos…
Saludos,
Jack Sparrow Martínez

Julia dijo...

De casyakudad que lleguè a este blog, pero me ha resultado interezante lo que escribiste!
Saludos desde Buenos Aires,Argentina!